…El problema era que no estaba abordando qué es la felicidad. La felicidad es meramente la realización de un valor. Reconocí que, si los valores culturales se eliminaban, la felicidad que resulta de su cumplimiento dejaba de ser necesaria, porque la felicidad se vuelve un concepto innecesario e incoherente cuando se la saca de su contexto. Un tema recurrente en mi pensamiento cuasi anarco-primitivista de entonces era que los valores no fundamentales existen únicamente como consecuencia de infecciones culturales, e interfieren con la felicidad que surge de la realización de valores salvajes. Como si mi yo salvaje fuera, en resumen, el yo verdadero en un sentido metafísico, cuya alma había sido devorada por un impostor construido culturalmente. Pero ese yo salvaje también resultó ser un impostor. Así como descubrí que podía eliminar los valores no fundamentales y prescindir de la felicidad ligada a su realización, también podía eliminar los valores fundamentales y no necesitar la felicidad que surgía de ellos.
No era solo la enfermedad de la cultura la que me había estado afectando todo ese tiempo, sino la enfermedad de la vida misma. No estoy ni estaba en una crisis existencial; nunca he tenido el menor problema con la evidente inexistencia del libre albedrío, de propósitos objetivos, ni de todo eso. Siempre he sido psicológicamente capaz de aceptar mis propios valores y metas subjetivas, aunque sé que son absolutamente inconsecuentes, y eso no me molesta en lo más mínimo.
El problema no es que busque un sentido que no puedo encontrar. El problema es que siento un inmenso sentido, igual que todos los que están vivos. El sentido es una interpretación abstracta del valor que existe únicamente por el hecho de vivir. Así como intenté erradicar los valores ilusorios con los que la cultura me había contaminado, la solución final sería la conclusión de mi vida, deshacerme de todo valor. La solución no puede ser abrazar algún aspecto de la vida, como si la causa del sufrimiento fuera la erosión de los engaños. Es la vida misma la que me impuso valores de forma inmediata, y cambiar mi vida solo generará engaños distintos a los que ya tengo. Desafortunadamente, por ahora, no tengo la disciplina para consumar mi propia muerte y renunciar a los valores que me engañan, aunque reconozco que la solución a la vida es la muerte. Pero admiro a quienes se suicidan. Ellos se han liberado de la cultura, de la vida y de todo valor. Ellos mismos se han liberado de e
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